13.2 El Catálogo Messier

Además de estrellas, en el firmamento podemos contemplar otros objetos. Ya conocemos muchos: los más evidentes de todos son el Sol y la Luna; luego vienen los planetas; también hemos hablado de los cometas, de los asteroides y de las estrellas fugaces. Todos ellos son miembros del sistema solar. Pero fuera de él existe un gran número de objetos celestes que presentan interés astronómico, la mayoría sólo visibles con ayuda del telescopio.

Charles Messier fue un astrónomo francés que se dedicaba a rastrear el cielo a la caza de nuevos cometas. De vez en cuando era confundido por algún objeto borroso con aspecto similar a los cometas, pero que permanecía fijo respecto a las estrellas (los cometas, con sus órbitas alrededor del Sol, son astros errantes). Para evitar volver a confundirse decidió hacer una lista de estos objetos difusos y fijos: trabajó en ello con su sencillo telescopio desde 1760 hasta 1784. A cada objeto le otorgó un número, especificó su posición y lo describió brevemente. Así, el objeto número 1 del catálogo de Messier, que nosotros conocemos como M 1 (M, de Messier), es la nebulosa del Cangrejo, en la constelación de Tauro.

El cielo está plagado de estas pequeñas manchas borrosas. Después de la época de Messier, con mejores instrumentos, se han descubierto muchos más. Ahora sabemos que estos objetos no son todos iguales, sino que los hay de diversos tipos.

Los cúmulos abiertos son grupos de unas 100 o 200 estrellas que están muy próximas entre sí, viéndose como manchas difusas. Algunos pueden verse con prismáticos, como M 44 (figura 13.2), el cúmulo del Pesebre, en Cáncer, o como M 11, entre Aquila y Sagitario. Sin embargo, otros pueden verse a simple vista, como las Pléyades y las Hyades (el grupo que forma como una letra V alrededor de Aldebarán), ambos en la constelación de Tauro.

Los cúmulos globulares (o cerrados) son también conjuntos de estrellas, pero no del tamaño de los cúmulos abiertos, sino enormes enjambres empaquetados de forma compacta. Tienen aspecto esférico y pueden estar formados por cien mil estrellas o incluso por un millón. En el centro, aun con telescopios profesionales, no llegan a verse las estrellas una a una. Esa individualización sólo se percibe en los bordes del conglomerado. Entre los visibles desde nuestras latitudes destacan el gran cúmulo de Hércules (M 13), M 22 en Sagitario (figura 13.3) y M 5 en Serpens.

Otros de estos objetos difusos fueron llamados nebulosas por su parecido con las nubes de nuestra cotidiana atmósfera terrestre. Se trata, en efecto, de auténticas nubes, enormes masas de gases y polvo.

Algunas de estas son estadios de la evolución de “la vida de una estrella”. En su fase final, algunas de ellas expulsan parte de su materia al exterior antes de enfriarse definitivamente. A su vez las nebulosas pueden contraerse, colapsar y dar origen a nuevas estrellas.

Las nebulosas presentan diversas coloraciones, ya sea porque emiten luz propia o porque reflejan la luz de estrellas cercanas. En ellas abundan el Hidrógeno (60%) y el Helio (38%) y el resto lo componen el carbono, nitrógeno, silicio y hasta hierro. Dentro de las nebulosas podemos distinguir las siguientes clases:

  • Nebulosas de emisión

En la constelación de Orión, por debajo del cinturón es posible observar a simple vista una mancha lechosa, se trata de la nebulosa M 42 (figura 13.4) de una bella tonalidad rojiza. Ésta y otras semejantes emiten luz propia. El proceso es el siguiente, la luz ultravioleta proveniente de una estrella cercana excita los electrones de los átomos de hidrógeno perdiendo posteriormente su estado de energía emitiendo fotones cuya frecuencia corresponde a la luz roja e infrarroja: nebulosas de este tipo son La Laguna, Roseta y la de Norteamérica.

  • Nebulosas de reflexión

También en la constelación de Orión podemos encontrar la nebulosa M-78. En este caso la estrella no es lo suficientemente caliente para excitar los electrones. Lo único que hace es reflejar la luz azul de la joven estrella contenida en su interior. En el cúmulo abierto de las Pléyades o M 45, en la constelación de Tauro, se puede observar el halo de luz reflejado por las estrellas que lo forman (figura 13.5)

  • Nebulosas oscuras

Siguiendo en Orión, por debajo de la estrella Alnitak en el cinturón, se encuentra la nebulosa Cabeza de caballo, nebulosa carente de color que impide parcialmente el paso de la luz de otra nebulosa rojiza que se encuentra más alejada (figura 13.6). El material oscuro es polvo que ni emite ni refleja la luz. En ocasiones hay nebulosas que son a la vez de emisión, de reflexión y oscuras como es el caso de la M-20 o Trífida en Sagitario.

  • Nebulosas planetarias

Creadas por la materia de las capas exteriores de una estrella que, en su fase final, se desgaja del núcleo de la misma. Esta materia queda desligada de la estrella origen presentando un aspecto difuso propio de las nebulosas.

En la constelación de la Lira es posible observar una de ellas, la nebulosa del anillo o M57 (figura 13.7). Como veremos en el capítulo 15 este tipo de nebulosas planetarias proviene de la evolución de una estrella gigante roja. En el centro se encuentra una estrella enana blanca y a su alrededor un halo de varios colores visible solo con fotografía.

Presenta en su parte interior un color azul propio de las nebulosas de reflexión y rojo en su parte exterior. Si pudiéramos observar con detalle la masa de la nebulosa ésta sería una esfera continua alrededor de la estrella, cuyo interior emite radiación ultravioleta y el exterior, infrarroja por efecto de la estrella que hay en su centro. Otras nebulosas de este tipo son la Hélice o NGC 7293 en Acuario, Dumbell o M 27 en Vulpecula, y Ojo de gato o NGC 6543 en el Dragón.

  • Nebulosas restos de supernovas

Hay veces que las estrellas más masivas mueren de forma violenta produciendo una gigantesca explosión. El efecto es una gran onda de choque en expansión que arrastra el material propio de la estrella, así como el material interestelar barrido durante el proceso. Estas estrellas son tan brillantes que pueden observarse incluso durante el día y de ahí viene su nombre. Cerca del extremo de uno de los cuernos del Toro se encuentra la nebulosa del Cangrejo o M 1 (figura 13.8), ésta es el resultado de la explosión de una supernova que se produjo en el año 1054 y que durante estos 1.000 años ha estado expandiéndose a razón de unos 1.200 km/s. Podemos citar otros ejemplos como la nebulosa del Velo en la constelación del Cisne.

Finalmente, un buen número de objetos del catálogo de Messier son galaxias, verdaderos universos-islas formados por miles de millones de estrellas. Son las ciudades del Universo, los elementos de los que está compuesto. Todo el sistema solar está dentro de nuestra propia galaxia, que es la Vía Láctea. Pero podemos ver otras muchas parecidas. Dentro de cualquiera de esas galaxias lejanas hay, a su vez, estrellas, cúmulos (abiertos y globulares) y nebulosas que son objetos muy pequeños comparados con las galaxias.

Muchas galaxias presentan una típica forma espiral, como la más famosa de todas, la galaxia de Andrómeda, M 31, que puede vislumbrarse incluso a simple vista (figura 13.9), o las galaxias M 33 (galaxia del Triángulo), M 81 (en la Osa Mayor) y M 51 (galaxia del Remolino, cerca de Alkaid). Otras tienen un aspecto más bien esférico, como M 87 en Virgo.

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