6.5 La precesión de los equinoccios

Hacia el año 140 a.C. el gran astrónomo Hiparco de Nicea hizo un descubrimiento sorprendente: comparando sus observaciones con las hechas por otro astrónomo griego (Timocaris) unos 150 años antes detectó que la distancia de Spica (α Vir) con respecto al equinoccio de otoño (Ω) se había reducido en dos grados. Seguía estando al sur de la eclíptica pero se había desplazado en paralelo a ella. Y con Spica todo el resto de las estrellas y constelaciones pues la figura de Virgo seguía inalterable así como su posición relativa con respecto a las demás. Dos posibles hipótesis se plantean de inmediato: o bien Spica (y con ella toda la esfera celeste) se mueve en sentido directo (de Oeste a Este, figura 6.27) o era el equinoccio el que se desplazaba en sentido opuesto (figura 6.28).

La primera exige que toda la esfera celeste en bloque tenga un movimiento de rotación extra y sería compatible con la visión geocéntrica, mientras que la segunda supone que es el ecuador el que se desplaza y esto implica algún tipo de movimiento para la Tierra. Aunque ambas hipótesis serían compatibles con lo observado, a estas alturas ya descartamos directamente la primera y nos centraremos en comprender qué tiene que hacer nuestro planeta para explicar estos hechos.

El desplazamiento del equinoccio de otoño (Ω) arrastra el de los demás puntos destacados (los solsticios y el otro equinoccio): todos se mueven un poco en sentido horario. Y esto implica dos consideraciones:

  • desde un equinoccio de primavera ϒ al siguiente ϒ’ a la Tierra no le hace falta completar una traslación de 360º, sino algo menos (exageradísimo en la figura 6.29); por eso se habla de “precesión” puesto que los equinoccios y solsticios se adelantan algo. El tiempo que trascurre entre un equinoccio de primavera y el siguiente se conoce como año trópico, que es el que debe regir los calendarios pues nuestras vidas están reguladas por el ciclo de las estaciones. En cambio lo que hemos llamado una “traslación completa” se conoce como año sidéreo ya que representa la vuelta a una misma posición del Sol, visto desde la Tierra, con respecto a las estrellas.
  • la orientación espacial del eje de la Tierra no se mantiene constante sino que cambia de dirección, aunque se conserva siempre el ángulo que forma con el plano de la eclíptica.

Este bamboleo del eje terrestre se ha comparado siempre con el de una peonza (figura 6.30) y se completa en unos 26.000 años, de forma que hacen falta del orden de 72 años para que los equinoccios se adelanten 1º (así que la primera estimación de Hiparco fue muy buena: 2º en 150 años) y en un año el ángulo desplazado es de apenas unos 50”.

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Signos y constelaciones

El discurrir del equinoccio de primavera se muestra a continuación. El año 1000 a.C. estaba dentro de los actuales límites de la constelación de Aries, pero ya el año 0 había entrado en Piscis y allí permanecerá hasta que, hacia el 2500 pase a la vecina Aquario.

Actualmente está cerca del borde derecho (occidental) de Piscis y esa es la posición del Sol el 21 de marzo; a lo largo de un año nuestra estrella irá recorriendo la eclíptica pasando por delante de las constelaciones zodiacales; algunas son muy grandes (como Piscis, Leo, Virgo) y en ellas se demorará más de un mes; por el contrario, otras más pequeñas o no tan centradas en la eclíptica (como Aries, Cáncer o Escorpio) albergarán al Sol muy pocos días. Por ejemplo, todo el mes de octubre, se situará en Virgo y, en cambio, solo pasa una semana entre las estrellas de Escorpio. Incluso, en algunos momentos (del 1 al 20 de diciembre), se encontrará dentro de los límites oficiales de Ophiuco que no tiene el status de constelación zodiacal.

Para evitar estas desigualdades los catálogos de estrellas, durante muchos siglos, siguieron lo establecido en la obra cumbre de la Astronomía griega, el magnífico e influyente Almagesto de Claudio Ptolomeo (hacia el 150 dC). Allí se divide la eclíptica, siempre tomando como origen el equinoccio de primavera, en 12 tramos iguales (los famosos signos del zodiaco) todos de 30º y se asignó a cada uno el nombre de una constelación próxima. Como en aquella época el equinoccio de primavera caía entre Piscis y Aries, el primer tramo coincidía bastante con la constelación de Aries, el segundo con Tauro, etc

Una entrada típica del catálogo ptolemaico, la correspondiente a Spica de Virgo, dice así:

DescripciónLongitudLatitudMagnitud
La estrella en la mano izquierda, llamada SpicaVirgo 26 2/32 sur1

0º del signo de Virgo sería el punto frontera con el anterior (Leo) y 30º Vir estaría en el límite con el siguiente (Libra); Spica estaría dentro del signo de Virgo pero ya muy cerca de Libra.

Para describir la posición solar ahora usamos un ángulo, la longitud eclíptica que varía de 0 a 360º, contada desde el equinoccio de primavera (0º) en sentido directo; el solsticio de verano tendrá 90º de longitud, el 22 de septiembre 180º y el 22 de diciembre 270º.

En términos modernos la longitud eclíptica que le asigna Ptolomeo a Spica sería de 176º 40’ pues Virgo es el sexto tramo (entre 150 y 180º) y 150º + 26 = 150º + 26º 40’ = 176º 40’. Esta tradición pervive en los llamados signos del zodiaco de todos conocidos y ampliamente utilizados en astrología. Pero la precesión hace que todo se haya desplazado desde entonces, más o menos, unos 30º, de forma que a alguien nacido el 5 de junio de 1980 se le adjudica el signo zodiacal de Géminis (del 22 de mayo al 22 de junio) pero ese día el Sol estaba entre los cuernos de Tauro. En general hay un desfase de un signo y éstos no coinciden ahora con las constelaciones del mismo nombre.

Ejercicio 6.5

Seguro que sabes cuál es tu signo del zodiaco. Con ayuda del planisferio averigua la posición aparente del Sol el día de tu nacimiento. Comprueba si está o no en la constelación del mismo nombre que tu signo del zodiaco. Lo más probable es que se encuentre en la anterior.

Estrella polar

Como el eje de rotación terrestre oscila como una peonza, su prolongación (el polo Norte celeste) no alcanza a la esfera celeste en una estrella determinada, sino que se desplaza a lo largo de los siglos. Lo que sí permanece invariable es la eclíptica y, en consecuencia, la dirección perpendicular a ella, hacia su polo que se sitúa en la constelación de Draco.

El recorrido del polo Norte celeste se recoge en la figura 6.35. El punto rojo central es el polo de la eclíptica, centro de esa trayectoria. Nosotros tenemos la suerte de que en estas fechas disponemos de una estrella bastante brillante (de 2ª magnitud, la α UMi) muy cercana a ese recorrido; ahora mismo el polo está a unos 40’ de ella y seguirá acercándose hasta que el 2100 se hallará a menos de 30’ para irse alejando después.

Hacia el año 3000 a.C. la estrella polar era Thuban (α Dra) y así fue reconocido, según parece por los documentos del Egipto faraónico. Para el 7500 de nuestra era ese papel destacado le corresponderá a Alderamin, la α de Cefeo y mucho después podrían utilizarse Deneb o Vega.

Arqueoastronomía

El ecuador celeste es un círculo máximo a 90º del polo, por lo que si éste cambia de posición tam- bién lo hará aquél. Dicho de otro modo, al cambiar la dirección del eje de rotación terrestre su ecua- dor también irá basculan- do y con él su extensión hasta la esfera celeste. En la figura 6.36 aparece la situación del ecuador celeste el año 2000 aC.

Orión estaba toda ella por debajo del ecuador cuan- do en la actualidad la mitad de la figura queda por encima, mientras Spica (que ahora tiene δ = -11º) entonces tenía declinación Norte y Antares, aunque continuaba en el hemisferio Sur se situaba mucho más cerca del ecuador que en la actualidad. Es decir, que la declinación de las estrellas varía por efecto de la precesión. Aldebarán hoy día tiene una declinación de unos 16º N y por tanto saldrá no por el este sino algo hacia el Norte. En cambio hace 4.000 años se encontraba prácticamente en el ecuador y salía casi exactamente por el Este y su ocaso ocurría justo por el punto cardinal Oeste.

Algunos monumentos antiguos tienen una clara orientación astronómica, como las tumbas de corredor de Los Millares (Almería) cuyo eje parece dirigirse hacia el orto de alguna estrella muy brillante (Sirio, Rigel, Proción, Betelgeuse o Aldebarán). Pero ese orto (de Sirio, por ejemplo) cambia de orientación (de acimut) con el tiempo y solo coincidirá con el marcado por el eje de la tumba en una época determinada. La Astronomía ofrece así una ayuda a la datación de los restos arqueológicos.

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